EL CONCIERTO - Leo Masliah
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Era un concierto de mĂșsica culta
Bm F# Bm
y renacĂan las fuerzas ocultas
E7/G# A
de los antiguos maestros geniales,
F#m Bm Em A
de los eternos, de los inmortales.
D A7 D
Era un concierto, era el goce mĂĄs fino,
Bm F# Bm
era un contacto con algo divino.
E7/G# A
Era solemne, era casi sagrado,
F#m Bm G D A
era un placer de lo mĂĄs elevado.
Flautas, violines, trompetas, platillos,
sonaban entre corbatas, anillos,
entre bolsillos rellenos de plata,
entre las llaves de algĂșn colachata.
Entre collares, pelucas, colgantes,
entre tapados de piel, entre guantes;
entre abogados y algĂșn escribano
y dos o tres profesoras de piano.
La gente oĂa con mucho entusiasmo:
estaban todos al borde del pasmo.
Es que la mĂșsica seria, la fina,
le pone a uno la piel de gallina.
Era profundo, era algo sublime.
Decime vos, si no es cierto, decime,
si el director a pesar de ser joven
no era la imagen del propio Beethoven.
Era el edĂ©n para los que asistĂan:
sonaba justo como ellos querĂan,
sonaba tan culto, tan elevado,
que tuvo un triste fatal resultado.
Porque de a poco la gente ascendĂa
bajo el efecto del arte, subĂa.
Iban en busca quizĂĄs de la altura
correspondiente a esa mĂșsica pura.
Y las butacas quedaron vacĂas:
toda la gente subĂa y subĂa,
siempre mĂĄs alto en el aire tomado
por aquel arte supremo elevado.
Mientras la orquesta seguĂa tocando,
toda la gente se iba estrellando
casi a la vez la cabeza en el techo,
quedaban todos los crĂĄneos deshechos.
Y por la fuerza de los cabezazos
se fue cayendo el teatro a pedazos.
Toda la orquesta quedĂł sepultada,
quedĂł enterrada, quedĂł mutilada.
Y los oyentes seguĂan sin pausa
subiendo, pero ya por otra causa:
ya no era el arte que los elevaba,
era la Muerte que se los llevaba.
Era un concierto de mĂșsica culta
Bm F# Bm
y renacĂan las fuerzas ocultas
E7/G# A
de los antiguos maestros geniales,
F#m Bm Em A
de los eternos, de los inmortales.
D A7 D
Era un concierto, era el goce mĂĄs fino,
Bm F# Bm
era un contacto con algo divino.
E7/G# A
Era solemne, era casi sagrado,
F#m Bm G D A
era un placer de lo mĂĄs elevado.
Flautas, violines, trompetas, platillos,
sonaban entre corbatas, anillos,
entre bolsillos rellenos de plata,
entre las llaves de algĂșn colachata.
Entre collares, pelucas, colgantes,
entre tapados de piel, entre guantes;
entre abogados y algĂșn escribano
y dos o tres profesoras de piano.
La gente oĂa con mucho entusiasmo:
estaban todos al borde del pasmo.
Es que la mĂșsica seria, la fina,
le pone a uno la piel de gallina.
Era profundo, era algo sublime.
Decime vos, si no es cierto, decime,
si el director a pesar de ser joven
no era la imagen del propio Beethoven.
Era el edĂ©n para los que asistĂan:
sonaba justo como ellos querĂan,
sonaba tan culto, tan elevado,
que tuvo un triste fatal resultado.
Porque de a poco la gente ascendĂa
bajo el efecto del arte, subĂa.
Iban en busca quizĂĄs de la altura
correspondiente a esa mĂșsica pura.
Y las butacas quedaron vacĂas:
toda la gente subĂa y subĂa,
siempre mĂĄs alto en el aire tomado
por aquel arte supremo elevado.
Mientras la orquesta seguĂa tocando,
toda la gente se iba estrellando
casi a la vez la cabeza en el techo,
quedaban todos los crĂĄneos deshechos.
Y por la fuerza de los cabezazos
se fue cayendo el teatro a pedazos.
Toda la orquesta quedĂł sepultada,
quedĂł enterrada, quedĂł mutilada.
Y los oyentes seguĂan sin pausa
subiendo, pero ya por otra causa:
ya no era el arte que los elevaba,
era la Muerte que se los llevaba.
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